La circulación sanguínea durante la vida fetal es diferente a la circulación del recién nacido. El bebé está inmerso en el líquido amniótico y por lo tanto los pulmones no pueden, ni necesitan funcionar; la placenta oxigena la sangre fetal.
Al momento de nacer, es necesario que los pulmones comiencen a hacer su trabajo de oxigenación. Para adaptarse a estos cambios, el recién nacido lleva a cabo modificaciones importantes en su circulación.
Durante el embarazo, así como en las primeras horas (24 a 72 h.) de vida, múltiples factores que afectan a la madre (como infecciones, radiaciones, medicamentos, etc.) o al bebé (enfermedades de origen genético, prematurez, infecciones, etc.) pueden alterar la formación del corazón o sus cambios de adaptación y ocasionar cardiopatías.
Cualquier defecto: una válvula estrecha (estenosis valvular), un orificio entre dos cavidades (comunicación interauricular o interventricular), una válvula que no cierra bien (insuficiencia valvular), modifica la función normal del corazón lo que repercute en todo el cuerpo. Algunos defectos son tan pequeños que no causan síntomas o molestias que llamen la atención; otros en cambio pueden afectar el crecimiento y desarrollo normal del niño e incluso poner en peligro su vida. Por eso es importante detectarlos y diagnosticarlos para definir los cuidados especiales que debemos ofrecer al pequeño durante su vida y las consecuencias que pudieran traerle a largo plazo.
El corazón no está aislado del organismo. Tiene un sistema eléctrico que cuenta con un marcapaso natural que lo mantiene funcionando, aun cuando nosotros no seamos conscientes de su trabajo. Este marcapaso está regulado por el sistema nervioso que ajusta su funcionamiento a la actividad física que el cuerpo desarrolla.
El corazón es un músculo que consta de dos bombas en un solo órgano; cada bomba tiene dos cavidades, una aurícula y un ventrículo. Las aurículas funcionan como aljibes o pozos y los ventrículos son las bombas en sí.
¿Cómo funciona el corazón?
Ambas bombas están conectadas en serie, “como dos máquinas que impulsan el mismo tren”, una atrás de la otra, permitiendo que la sangre sea utilizada como medio de transporte en un circuito cerrado.
La sangre recorre el cuerpo completo para proveer oxígeno y nutrientes. Una vez cumplida su labor regresa al corazón por dos grandes venas llamadas cavas (VCI y VCS), a la Aurícula Derecha (AD); ahí, como en un aljibe o cisterna, la sangre espera a que el Ventrículo Derecho (VD) la impulse a través de un tubo llamado Arteria Pulmonar (AP) que lleva la sangre a los pulmones para que ésta se oxigene.
La sangre oxigenada regresa al corazón por las venas pulmonares y llega a la Aurícula Izquierda (AI) de donde el Ventrículo Izquierdo (VI) la toma para impulsarla nuevamente por la Aorta (Ao) que llevará la sangre a recorrer nuevamente todo el cuerpo y volver a comenzar el ciclo.
De esta manera, toda la sangre que pasa por un ventrículo debe pasar por el otro. No debe haber diferencias de cantidad de flujo entre la sangre que recorre el cuerpo y la que entra a los pulmones a oxigenarse.